Muchos padres me preguntan si estudiar música es una buena inversión.
Ya sé que la pregunta de marras deja sino muda, perpleja. ¿Acaso no es un regalo maravilloso invertir en conocimiento para que nuestros hijos puedan crear más posibilidades de edificarse como personas?
La verdad es que nunca he preguntado a mis padres qué les pasó por la cabeza cuando a la edad de 5 años me apuntaron a música, y menos, si pensaron que sería buena o menos buena su inversión a corto o largo plazo.
Obvio que elegí dedicarme a la música desarrollando sus numerosas facetas y tengo la grandísima suerte de resumir mi situación actual con una frase de Confucio: "Escoge un trabajo que te guste, y nunca tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida"
Como todo, también hay que hablar de la otra cara de la moneda, la del esfuerzo y sacrificio. Esas palabras que casi me atrevo a decir que ya no están de "moda" pero que entendemos muy bien a quienes nos dieron la oportunidad de hacer otras cosas diferentes fuera de la educación general básica (soy del plan 69, la famosa EGB)
Escribo basada en mi experiencia, muy similar a la de mis compañeros de profesión cuando sacamos el tema o la de todos aquellos que desde pequeños realizaron cualquier otro tipo de aprendizaje basado en el trabajo y empeño.
¿Qué aprendí con la música?
Aprendí que no todo en la vida son situaciones cómodas, que lo más fácil hubiese sido mandarlo todo al garete y tirar la toalla de lo cansada que llegaba a casa entre el colegio y los estudios de música. Pero seguí hacia adelante.
Aprendí a diferenciar entre el deber y la obligación, por supuesto que no siempre me gustaba comer dos veces a la semana en un autobús de línea que me desplazaba hasta el conservatorio, no siempre me apetecía ir a clase de piano de la que salía a las diez de la noche, no siempre quería hacer los deberes que me esperaban en casa, y no siempre deseaba estudiar para los exámenes. Pero lo hacía.
Aprendí disciplina y organización porque el día no tiene más de 24 horas. Del "mañana lo haré" pasé al "hazlo ahora no vaya a ser que el después nunca llegue".
Aprendí a desarrollar la mente concentrándome en metas y gestionar el tiempo si quería disfrutar con otras cosas que también me dirvertían como leer, dibujar y salir con mis amigos.
Aprendí el gusto por la armonía y el equilibrio físico y mental. Si me permitís el chiste hasta creo que es más económica la música que ir a un psiquiatra, ya que no soy ajena a las preocupaciones de la sociedad actual.
Aprendí a tener una mente más abierta y un campo de visión más amplio.
Aprendí a fijarme objetivos y conseguirlos.
Aprendí que las cosas no llueven del cielo y que para lograr una meta es cuestión de tiempo, paciencia y trabajo inteligente.
Aprendí a gestionar los fracasos y las desilusiones. También el coraje de volver a intentarlo
Aprendí que cualquier cosa es posible si te lo propones.
Podría hacer la lista más extensa, aunque en mi humilde opinión creo que sobradamente quedaría resuelta la cuestión de las inversiones. Eso sin contar la cantidad de beneficios que la música aporta al desarrollo intelectual, auditivo, sensorial y motriz entre otras cosas, de las que se podría hablar largo y tendido en otro momento.
Está claro que cuando se es niño no se tiene la capacidad ni la formación de ver nada más que nuestro ombligo, lo que no nos gusta nos parece un rollo y lo que nos cuesta acaba siendo una pesadilla. Aquí juega un rol importante tanto la actitud de los padres como las herramientas motivadoras que dispongan.
Resumiendo, la música me ha permitido desarrollar unas aptitudes humanas que irán conmigo siempre en cualquier cosa que haga, en cualquier trabajo que desempeñe y allá donde vaya. Lo veo también en mis alumnos con los que mantengo todavía el contacto y que hace tiempo ya les llegó la hora de "comerse el mundo". Ninguno se dedicó profesionalmente a la música aunque reunían cualidades para ello, eso sí, como personas son extraordinarias. Y estoy segura que conseguirán todo lo que se propongan.
Ahora pregunto: ¿Es o no una buena inversión?